jueves, 28 de enero de 2010

Camino al Hades

Lo vi llegar desde lo lejos del río, luchando desde la primera vuelta visible, empujando las rocas y domando los meandros con un largo palo de roble, más fuerte que las corrientes, más viejo que sus recuerdos. Las aguas se dejaban navegar,temiendole al barquero, que fumaba temerariamente sus delicados esfuerzos conocidos de memoria y experiencias. Engendraba pavor, pero la adrenalina de su llegada lo invitaba a uno a observarlo venciendo todo tipo de instinto de huída. Su presencia, tenía la arrogante capacidad de robar el tiempo y cambiar el paisaje. Jamás había visto al Aqueronte comportarse tan manzamente. Más bien su actitud había sido siempre desafiante, tentando al alma en pena a perecer en su abrazo para encontrar el lecho eterno en su caudal. Sus aguas se tornaron mas lentas, y la barca se robó celosamente las luces de la cuenca, y las guardó donde no pudieran expresar su candor.
Me levante de inmediato al verlo, rompiendo con veinte años de solemnes pensamientos, quebrando con la espera, regalandole el suspiro satisfactorio a mis esperanzas de aquel sombrío mito, en el cual creí desde el momento en que bebí de las aguas del Aqueronte y me supieron a las tragedias de quienes los navegaron y a las cenizas de los cigarros del único navegante que lo dominaba.
Al vencer la distancia, pude visualizar al barquero. Su harapos negros lo ocultaban todo, menos sus frías manos de corteza férrea y arrugada. Por lo demás, era tan solo un imponente sobretodo negro, que desde la altura exalaba el humo del tabaco desde las penumbras del embozo del viejo abrigo.
Al llegar a la costa de mis pesares, la barcasa vieja clavó su efímera mirada en mi existencia, y súbitamente quitó de mis entrañas cualquier ínfimo razgo o fragmento de vida que había en ella, para devolverlas hechas pura muerte. Sin abandonar su lugar en la proa, el navegante sin rostro me extendió una de sus garras, no invitando, sino obligandome a embarcarme.
Sus manos eran definitivamente corteza.
Ese hombre, que definitivamente no podía ser llamado hombre, ya le aburría ver como el tiempo y el espacio le temían, pero aún así sentía pasión por sus tareas. Se veía como ocultamente, disfrutaba de su oficio. Se movía respetando siempre la misma lentitud, haciendo de cada movimiento una acrividad majestuosa. Me sente al otro lado de la barcasa, y vi como el navegante se postraba ante mi con su majestuosa altura, apoyado en el largo remo de viejo roble negro y extendiendo su mano a la espera del pago. Tomé el óbolo de mi boca, que no estaba dispuesta a dejar salir ninguna palabra, y la deposité en las ramas del barquero. La barcasa se propulso con tanta violencia como se cerraron los dedos del demonio, y el pánico paralizó mi cuerpo.
Caronte, el Navegante Sin Rostro, me guió por el Aqueronte hasta la Estigia, domando al Can Cerbero, y depositandome en las puertas del Hades, precedida por Minos, Éaco y Radamantis.
La imagen de Caronte, aún me impide llegar a ellos

viernes, 7 de agosto de 2009

Desistir

Desistí. En cuanto me encontré envuelto en tanto silencio, en el frío invernal de la noche, arropado por mantas heladas, en medio de una habitación enorme que me contemplaba expectante a través de la absoluta ausencia de luz, siendo acosado por la mirada de cada mueble inerte, y percibiendo tan solo el aroma de la madera que no se animaba a rechinar por miedo de irrumpir mis profundas reflexiones a cerca de las ausencias existentes en esa habitación, opté por olvidar. Por un momento encontré la paz, pero tan repentina como su propio suspiro, volvió a convertirse en la pesada carga silenciosa de mi soledad que me acechaba con sus distancias y desilusiones. Decidí entonces aceptar que si alguien habría de acompañarme por las noches iba a ser su impávida presencia y las reflexiones inútiles que se deriven de la misma. Y a pesar de que ese pensamiento haya irrumpido numerosas veces en el mutismo de la oscuridad de mis antiguos insomnios, por primera vez no me resistí y se posó cómodamente a mi lado, dejando que la helada la soldase firmemente a las sábanas. Finalmente, mis párpados dieron telón a la inútil búsqueda de luces en la oscuridad y anclé mi lecho incómodamente en los muelles de la conformidad.
Aceptar la compañía de la silenciosa soledad solo intensificó los aullidos en la taciturna cadena de reflexiones desesperadas que se sucedían en mi cabeza. Aún conforme con la figura de la pura ausencia a mi lado, mi aislamiento no me resultaba más ameno. Pero sí presentó consigo novedades.
Mis pasiones encontraban insultante a mi compañera nocturna a quien no consideraban lo suficientemente valiosa como para ser receptora de sus intereses. Entonces, dejaron su solemne estado de paciente espera y salieron al encuentro de mis recapacitaciones. Fue cuando por primera vez la vislumbre a ella. La luz en la oscuridad que tanto añoraba, se hallaba en el deseo no solo de mi mente, sino que también en el de mis sentimientos, quienes no estaban dispuestos a conformarse con olvidar y pasar el resto de su existencia junto a los desiertos que me embestían.
No me transmitieron ningún aspecto físico, pero me hicieron entender que ella estaba en una situación tan miserable como la mía. En algún lugar, en alguna oscura habitación, reflexionando quizás y luchando contra sus realidades. De alguna manera, al haber renunciado yo a mi búsqueda, ella había quedado sin ser encontrada. Se hallaba sola y desesperada, con sentimientos que ardían por ser encontrados, y aún así jamás serían correspondidos, porque desistí en amarla sin siquiera haberla conocido.
Luche nuevamente bajo el velo de mi insomnio con la rígida figura de la soledad que quiso una vez mas abrirse paso entre mis sábanas. Las noches volvieron a ser las de antes, pero el frío ya era más etéreo, y la noche me irrigaba de cavilaciones sobre colisiones pasionales, ya no tan ligadas a la mera esperanza, sino a una realidad sumamente potencial. Fue cuando dejé de buscar, que comencé a encontrar.

martes, 31 de marzo de 2009

Frozen January at your Creepy House

Sentados en la boca de una casa espeluznante, ella posó sus pensamientos en mi hombro y levemente, puso en mi memoria un recuerdo.
El silencio. El frío. Enero congelado. Los adoquines unidos por el fresco, y los edificios expectantes. Un paisaje hermoso, que contemplamos refugiados en el abrazo. La puerta detrás de nosotros que la llama, pero que no quiere cruzar. Que no quiero que cruce. Nos robamos el tiempo que el pueblo usaba para soñar. Nosotros dormimos despiertos... y en silencio. Nos entendemos sin palabras, aunque haya cosas que no querramos entender. Ni palabras que querramos hablar. Cosas que deberíamos comprender y palabras que deberíamos pronunciar. Pero entender nos quita tiempo para solamente estar, y nada más estar.

martes, 28 de octubre de 2008

Caúsaco y Larrem

(Caúsaco y Larrem se encuentran en una habitación, tomando el té. Ambos pertenecen a la alta sociedad, pero Caúsaco es claramente más poderoso que Larrem, quien esta sentado en una silla, inmóvil, con la mirada fija en un punto, ahogado en sus pensamientos, con la taza de té en sus manos, que se enfría. Esta desalineado y visiblemente agobiado por el insomnio.)
Caúsaco: - Larrem, hay algo que no entendes. Acá, vos no sos la víctima, sos el victimario. No se trata de llorar por tu indecisión, sino por las mujeres. Larrem, pensá un poco en las mujeres. No en las tuyas o en las mías, pensá en la mujer en sí. No voy a decir que son divinidades ni que son sagradas, porque no lo son, pero sí las considero mucho más importantes que los hombres. No más útiles, ni más inteligentes,, ni por eso tampoco menos útiles o menos inteligentes, pero sí más fuertes del corazón, más hábiles en el manejo del amor pero más sensibles, y por ello, más importantes. Larrem, las mujeres fueron sometidas por el hombre durante años, y aún así, los hombres se quedan sin palabras frente a ellas. Aún así, ellas son más capaces de amar. Aún así, aman a un hombre. El hombre, por otro lado, se cree ser menos hombre por amar. El hombre se somete a sí mismo Larrem y, a diferencia de la mujer, no logra salir de ese sometimiento. Pero ese es otro tema, y no pienses que te considero menos hombre por amar a varias mujeres. Te considero un irrespetuoso. No me importa cuantas lágrimas hayas derramado por tu indecisión, sos un irrespetuoso aún hayan sido una gota o tres torrentes. Me importa que no hayas derramado ni una sola por darles esperanzas a varias mujeres, para luego solo quedarte con una. Una mujer feliz, no quita que haya cuatro corazones rotos Larrem. Y cinco mujeres a la espera de tú decisión, no son cinco mujeres felices.
Me decís que las amas Larrem… ¿pero con qué intensidad? Ni el corazón más amplio tiene lugar para amar a cinco mujeres. Mucho menos el tuyo. Larrem, ¿vos sabes lo que es el amor? O mejor aún, ¿vos sabes lo que es amar a una mujer? Yo, amando a una sola mujer, ante la más mínima indecisión, la tuve que dejar. Sufría por mi indecisión, sí, pero más sufría por ella, que yacía a la espera. Dejé que me dejara completamente, pero para que ella pueda ser feliz sin tener que esperarme a mí y a mis incertidumbres. Y a pesar de que hoy me arrepiento de mi decisión, ella, hoy por hoy, es feliz, y no me odia. Prefiero vivir equivocándome, a hacer sufrir a la mujer que amo.
Pero querido Larrem, lo más grave de todo esto, no solo es que te metiste con cinco mujeres. No es que tu confusión producida por estas cinco mujeres que te aman, se esté manifestando en ellas y las hieran del mismo modo que te hiere a vos. No es que expreses amor incondicional a cinco mujeres y lo hagas sin vergüenzas. Lo más grave de todo esto, es que te metiste con mis mujeres Larrem. Con una de mis hermanas. Con Cármida. Sabes bien, que hasta el día de hoy te considero un gran amigo, y te estimo casi tanto como estimo a mis hermanas, en especial a Cármida. Pero, Larrem, ya no puedo seguir viéndola alimentada de falsas esperanzas. No niegues que son falsas. Las posibilidades son de una en cinco Larrem, estadísticamente son falsas. Así que te pido por las buenas que te vayas. Mi hermana es una mujer fuerte, pero esta situación ha corrompido su fuerza. Y las otras cuatro mujeres, no se merecen perder el tiempo esperándote. Larrem, andate y toma una decisión que le ponga fin a ésta situación. No vuelvas hasta que estés decidido por una de ellas, porque de hoy en más, me olvido de nuestra amistad, y pongo por delante a Cármida. De hoy en más, todo lo que sé de tus amoríos, será conocido por Cármida si algún día te vuelvo a ver. Larrem, espero volver a verte algún día decidido por una sola mujer.

La Carta

Prida:- Exaltada, corrí a su encuentro. Me había llamado. Me sentía feliz. Sabía que no me amaba, pero el solo hecho de haber sido llamada por él me llenaba de felicidad. Lo amaba en silencio. Yo era su confidente. Sólo por estar con él, debía sufrir cada uno de sus relatos a cerca de otras mujeres. Sus amores imposibles. O sus amores posibles. Años llevando a cabo esta tortura. Pero ese día, su voz me llamaba con un tono diferente. Había una confidencia diferente. En su voz, yacía una intención diferente a la mera necesidad de desahogar sus tensiones de amor. Exaltada corrí a su encuentro, y exaltado lo encontré. Tomó mis manos con las suyas. Él estaba tenso. Yo estaba nerviosa. Me confesó que yo era la única que lo entendía. En la única que el siempre confiaría. Era el momento perfecto. El momento de confesar mi amor. Pero entonces, él posó en mis manos el sobre. Un pequeño paquete cargado de palabras, perfumado de bellos significados. La carta.
Me encomendó el mandado. Debía cargar con sus sentimientos y depositarlos a los pies de alguna dama. Su amor partía de Buenos Aires esa tarde y su última oportunidad de expresarle su amor yacía sobre mí. Sobre el blanco del papel, el remitente rezaba “Roxana”. Roxana se llamaba… se llama (saca un sobre viejo, húmedo y amarillo por el tiempo. No tiene remitente). Camino al puerto, desgarrada por el engaño de mis ilusiones, me di cuenta que mis lamentos borraron la tinta del sobre. Ya no había a quién entregar la carta. O bien, cualquiera podía recibirla. Entonces, allí comenzó mi desgracia. Si corría al puerto, él correría hacia Roxana y viajaría con ella, y yo me quedaría sola. Si le devolvía la carta, Roxana jamás la recibiría y él se quedaría, pero ya no confiaría en mí y no volvería a hacerlo nunca más. Jamás podría mentirle, suficiente dolor siento con ocultarle la verdad. Me quedé con sus palabras. Sus palabras de amor son mías. No me atrevo a leerlas, pero son mías. Con éste sobre en mi poder, yo sé que el me ama a mí. Estas palabras, hoy son para mí. A cambio, solo tengo que renunciar a verle, a hablarle o a escucharle. Pero el me ama. Yo sé que me ama. Yo tengo sus palabras. Él me ama.

La Casa de Faire

(Un grupo de gente se encuentra en el centro del escenario, llevan ropas viejas y sucias, pero no harapientas. Todos se encuentran absortos en un mundo propio, recordando situaciones felices, pero sus caras están deshechas, deformes y marcadas por sus llantos, que cada tanto se visualizan. Entre ellos, Faire, un hombre vestido con un traje en las mismas condiciones que las ropas del resto de los personajes, sentado en un sillón de madera, rodeado por los demás, a quienes observa con lástima y acaricia a alguno de vez en cuando. Se para, da unos pasos al frente. El resto a penas se percatan de los movimientos, un tanto nerviosos, pero rápidamente vuelven a sus historias imaginarias).
Faire: -Privados del amor. Refugiados en el silencio. En el olvido. Destinados a vivir entre ilusiones, entre sus sueños. Rechazados por Afrodita y deportados a ésta, mi casa, el hogar de nadie, el hogar de los pobres que lo tienen todo, pero, aún así, les falta lo único. Quienes sufrieron la esperanza y hoy sus heridas se alimentan de las sales de sus iguales. Se escuchan sin oírse. Se ven sin mirarse. Sus mentes, yacen intranquilas en las memorias que los hostigan. Memorias, que cuanto más intentan olvidar, más han de recordar. Son sus mentes las que se encuentran embriagadas, llenas, ahogadas y perturbadas de amor, cuando son sus corazones quienes deberían estarlo. Corazones que saben gritar, que aprendieron a llorar.
Ellos, conocieron la desesperación. Aprendieron a rendirse. Yo, los mantengo a salvo. Me preocupo por ellos. Por lo que queda de ellos. Quizás por lástima., por pena. Quizás por que les tenga algo de cariño. Quizás porque se los debo. Porque me salvaron. Porque gracias a ellos, aprendí lo que hace el amor. Gracias a sus desgracias, supe evitar el amor. Yo, no amo. Yo, nunca amé. Y por sobre todas las cosas, no derramaré una sola gota de mi cuerpo ni un minuto de mi tiempo en despistarme por los caminos en los que ellos han sucumbido. Yo, soy dueño de la felicidad. Los demás, se enriendan en buscarla en los minados campos del amor, y donde terminan sin encontrar lo que buscaban y perdiéndose ellos mismos en él. No vivo en el júbilo, no, pero en mi desgracia y sin amor, se me hace más fácil engañarme. Prefiero engañarme a mí mismo a ser engañado por lo que ellos osaron llamar “amor”. ¿De qué sirve enamorarse si uno puede acabar como ellos? ¿De qué sirve vivir un momento breve de júbilo para luego vivir en la desgracia… (retrocede al sillón hasta sentarse en él nuevamente) en MI casa?
(El resto de los personajes se abalanzan contra él sin moverse de sus lugares, aferrándolo a su sillón. Faire sonríe placenteramente. Los personajes empiezan a aumentar sus murmullos y llantos hasta convertirse en un ruido ilegible)
(Apagón)

miércoles, 13 de agosto de 2008

el solitario y la solitaria

Le habla a la solitaria de plata, porque sabe que ella lo entiende. Las estrellas lo escuchan aburridas. Algunas se pierden en rocíos. Sin embargo, él, que piensa mucho, no tiene demasiado que contar. Se entiende a sí mismo como un hombre sencillo, pero sabe que no es normal. Que es igual que todos: diferente. Un lobo estepario, un ermitaño, un faro en la sierra… un hombre casi acabado, pero incompleto al fin. Le falta poco para empacar, y despedirse de ella también, pero aún le falta. Aún tiene tiempo. Pero ya no tiene ideas. Nunca las tuvo. O jamás fueron más allá de la atención de su Diana, de quien simpatiza. Él, sonríe sus propias lágrimas, pero no llora sus alegrías. Sus contentos, aún los busca. Los dejo perdidos en algún lugar al norte, en un paseo del que no vuelve. Piensa… Volver. Regresar. Nunca se esta dos veces en un mismo sitio. Cuando uno va, jamás vuelve. Vuelve otro que jamás partió de donde se vuelve. Siempre se viaja, nunca se vuelve. Uno, se queda al viajar. O se pierde en el camino. Se queda… Viajar. Caminar. Moverse. Mirar. Pensar… Hablarle a su astro. Él, sin querer, viajó. Él, sin querer, se quedó. Él, sin querer, quedó viajando. Constante. Continuo. Perpetuo. Él, evade los puertos. Él. Solo. Él, y el espejo del día. Solos. No están perdidos, pero se mueven entre nieblas. Las buscan, para encontrar una entelequia. Nada. Se mueven solos. Él, se mueve solo. Ella, lo sigue. Él, se mueve tras ella, que no lo sigue, pero parece acompañarlo. Parece. Piensa. Se va. Se queda con ella. Se van, y se quedan idos. Piensan. Él, piensa que piensan. Ella, no muere. Ella no vive. Piensa. Él piensa. Se siente solo. Se consuela con la compañía de lágrimas, que las sonríe. Ella, no existe. Él, la llora. Sus lágrimas la lloran. Pero ella, no existe. Su llanto, no existe. Se siente solo. Su soledad… ella si existe.